A veces tengo la sensación de que los verdaderos aficionados al ciclismo sufrimos de una forma recurrente una especie de Síndrome de Estocolmo un tanto particular.
Hace años que tenemos la sospecha de que La Vuelta será una mierda, de que los recorridos los ha hecho algún «periodistillo» de 2a que jamás se ha subido a una bicicleta, de que los equipos traen a media plantilla obligada y a la otra media como prueba para ver lo que pueden dar y, aún así, la vemos cada día con la esperanza de que nada de eso suceda.
Y digo los aficionados de verdad porque los de peseta no dudan en cambiar una etapa con abanicos, en la que no entienden absolutamente nada, por el vermú dominical. Una etapa de media montaña, dónde los equipos sufren por «mantener el orden», por un Ézaro o el Xorret de Catí de turno subido después de 120 km planos. O la final de cualquier deporte sin audiencia, pero de moda, en vez de estar viendo cómo se rompe el pelotón a más de 100 km para el final.
Ha sido tal la falta de emoción de esta Vuelta que su máximo interés radicaba en el particular Sálvame Deluxe en el que se había convertido el equipo ganador, el Jumbo.
Vingegaard, Roglic y Kuss son muy buenos, nadie lo va a poner en duda, pero no podemos ni debemos obviar que Kuss viene de hacer y terminar las otras 2 grandes. 14° en el Giro, 12° en el Tour y 1° en La Vuelta.
Vingegaard, como cualquier ganador del Tour, tiene el nivel suficiente como para ganar La Vuelta enlazada con el Tour al 80/85% de su mejor forma.
Y Roglic, como corredor veterano y buen fondista que es, podría haber ganado también después de haber tenido el tiempo suficiente para recuperar y realizar su 2° pico de forma una vez ganado el Giro.
No sólo han copado el podio final en Madrid sino que también han hecho los 3 primeros en el Tourmalet y en el Angliru. Además no han contado con absolutamente ningún rival que haya dado la sensación de poder ponerlos en el más mínimo aprieto.
Guillén ha cogido un buen producto y, bajo el mantra de la innovación, lo ha convertido en una bazofia infumable sólo soportada por los hombres de fe, los optimistas y los «cambiachaquetas». Lo mismo jaleo a Kuss sin saber quién es que digo el nombre del único triatleta que me sé.
En La Vuelta no tienen cabida los sprinters, ni los contrarrelojistas, ni los clasicómanos… y ni siquiera los vueltómanos!! Al menos no los de antes.
Hemos visto finales en alto en los que llegaban grupos enormes en cabeza, sprints donde Ganna casi hace valer su nombre y, etapas con una mínima dureza, donde enseguida se formaba la grupeta.
Esta es La Vuelta de Guillén. El ciclismo moderno donde 120 km son suficientes para hablar de «etapa reina», donde un gregario que viene de hacer y completar entre los 15 primeros las otras 2 grandes puede llegar a la última semana sin perder fuelle y ganar la general.
Una Vuelta donde Perico da vergüenza ajena y nos hace dudar de que haya sido alguna vez ciclista por la cantidad de estupideces que dice y Carlos de Andrés nos demuestra que no es digno de ese sillón del que un día fue dueño el difunto Pedro González.
Es la Vuelta de Guillén pero bien podría haber sido la del Landismo. No, no la de Mikel… la de Alfredo!!
A Mikel casi mejor lo dejamos para mañana. 😉